Otoño

Otoño

jueves, 8 de marzo de 2012

Página web de Llombera. El carnaval.

La Fayona de Llombera
CARNAVAL EN LLOMBERA


CARNAVAL O ANTRUEJO
Llombera fue un pueblo con gran tradición de carnaval, antiguamente se denominaba antruejo.
Comenzaba el sábado anterior al martes de carnaval, cuando los escolines pedían la bandera a los maestros y salían con ella por todo el pueblo; Si cerrásemos por un momento los ojos, podríamos revivir la euforia, el griterío que se formaba con todos los guajes reunidos en el muro de la escuela, las disputas de los más mayores para llevar la bandera, la inocencia de sus rostros infantiles, trasformados con grandes patillas y bigotes que unos a otros se pintaban con un corcho previamente quemado que les tiznaba las manosy las espadas de madera, que ellos mismos tallaban, atadas al cinto...
Y ya, todo listo, esta pequeña tropa comenzaba el recorrido por el pueblo pidiendo por las casas; Partiendo de las escuelas subían por La Calzada hacia el Barrio Arriba, luego a La Cuesta después al Barrio Abajo y por último, La Carretera;
Al llegar a cada puerta cantaban esta canción: 
En estas puertas estamos dispuestos para cantar,
si el señor nos da licencia, ya podemos empezar.

¿Cantamos o no cantamos? (Preguntan los niños a la señora de la casa)

¡Cantar hijos, cantar! (Solía responder la señora).

Dadnos huevos o ‘torrenos’ o dinero para pan,
para sostener la gente que trae nuestro capitán.
Capitán soy de las armas y primo de un general,
cien batallas he vencido a fuerza de pelear;
Si algún gallo me da guerra yo lo tengo de matar,
con la punta de mi espada, vivo, lo tengo de asar.

Yo soy el jefe mayor de los niños de la escuela,
si no lo quieren creer aquí traigo mi bandera.
Yo soy el paje del rey, muy querido y estimado,
muy amigo de las mozas y del ‘torreno’ salado
y de beber a menudo por la bota y por el jarro.
Yo soy el gato murón el que mura los ratones,
los pequeños se me escapan y los grandes se me esconden.

Barberillo soy señora, si alguien se quiere afeitar,
aquí traigo mi navaja, ponga el agua a calentar.
Corte ‘usté’ el ‘torreno’ largo no lo corte tan medido,
que se va a cortar los dedos y la riñe su marido.

Cuando la señora salía de la casa con todo lo que iba a dar a los niños, éstos le cantaban:

Alegraros compañeros que ya la vemos venir, (algunos niños decían ‘alegravos’)

Con el ‘torreno’ en la mano, los huevos en el mandil.

Los niños se despedían:

Somos niños de la escuela, las gracias a ‘usté’ le damos

y a Dios le pedimos, que volvamos muchos años.

Alguna vez la señora de la casa no abría la puerta, en ese caso se le cantaba:

Esa vieja viejarrona que vive en ese rincón,
trae una cascarra al culo, que le pesa un cuarterón.

Después de pedir por todo el pueblo llevaban lo que les habían dado, que solía ser patatas, huevos, chorizo, tocino y algo de dinero, a una casa, donde varias madres preparaban la comida para todos los niños, el domingo.

La comida solía ser:

Arroz con chorizo, tortillas de patata y chorizo y como postre melocotones y tarta (esta tarta es típica en Llombera y está hecha a base de harina, huevos y azúcar, llevando por el interior una capa de crema pastelera);

Todos tenían que llevar su banqueta, plato, tenedor y vaso.

En los últimos años esta comida se hacía en el Barrio Abajo, en la casa de Modesto; Recuerdo a los niños con las banquetas apoyadas en sus descoloridas paredes, sus pequeños cuerpos con los platos humeantes en el regazo, sus redondas caras con la nariz y los mofletes enrojecidos por el frío, la algarabía de su voces llenando cada rincón y el azaroso ir y venir de las cocineras alrededor de los fogones de la cocina de carbón; Con el discurrir de la tarde entre risas y el clima entrañable que sólo la camaradería y la complicidad de crecer juntos puede crear, dando lugar a ese sentimiento de unión, esencia que sólo los pequeños pueblos pueden dar.

Al recordar esta historia uno no puede evitar emocionarse, sentir nostalgia, añoranza de otros tiempos, de las risas... En definitiva, de la vida que sólo los niños pueden trasmitir al alma envejecida de nuestros pueblos, melancolía que todo lo envuelve en el tiempo…

EL MARTES DE CARNAVAL

La costumbre en ese día era salir por la mañana recorriendo el pueblo. Los mayores, seguidos de una recua de guajes vestidos de gitanos y gitanas;



También se llevaban burros y caballos adornados con rosas de papel, representando una auténtica gitanada; Recuerdo a Delfina montada en un caballo con una preciosa muñeca en los brazos y la recuerdo haciendo parar a la comitiva para freír un huevo “que aplacara el hambre de su churumbel”, allí mismo, junto a casa JandroParece que la estoy viendo coger unas escobas y unas garamuñas de leña, una pequeña sartén y un poco aceite que llevaba en las alforjas y, en un momento, freír el huevo como la cosa más natural... Aquello era auténtico ¡vamos! No podía tener más realismo y nos encantaban estas representaciones ingeniosas y hechas con tanto salero.
Para vestirse de gitano, la indumentaria constaba de: 
Sombrero, traje de chaqueta (procurando que el pantalón sobrepasara la cintura y con el cinto bien apretado),llamativa corbata y una buena cacha (a poder ser, muy usada); También se pintaban unas grandespatillas y un buen bigote que, a falta de pinturas, solía hacerse con un corcho quemado.
Para vestirse de gitana, la indumentaria constaba de:
Pañoleta en la cabeza, con una bonita rosa de papel (en el barrio abajo las niñas le llevaban los papeles de colores a la tía Eloína para que les hiciera las rosas), mantón sobre los hombros, blusa, saya, rodao, falda de volantes, mandil, madreñas...
Era habitual que algunas mujeres, teniendo en cuenta que en aquellos entonces no estaba bien visto usar pantalones, aprovechaban los carnavales para vestirse de gitanos y, al revés, los hombres se solían vestir con faldas; Si regresamos en nuestra memoria a aquellos años de la infancia, todos recordaremos con nostalgia lo felices que nos sentíamos con los preparativos, la paciencia y el trabajo para confeccionar los vestidos de volantes, que se hacían con papeles de colores y se cortaban en tiras, se fruncían y por último se cosían a la tela de la falda.


La ilusión que suponía que nuestras madres nos permitieran pintarnos por primera vez los labios de rojo, unos llamativos rasgos negros en los ojos y el consabido lunar que, con la punta de un lápiz (rascándolo en una caja de cerillas) hacía que nos sintiéramos guapísimas y sobre todo tan mayores …
Recuerdo ir a comprar los papeles de colores a la cantina de Alicia, no puedo dejar de mencionar lo que un pequeño establecimiento como éste significó en el día a día de Llombera, así como también el de Aureliano y Obdulia y Fermina, pues todos ellos cubrían las necesidades más básicas del pueblo, ante la imposibilidad de comprar todos los días en La Pola. En estos lugares es donde, a la mayoría de nosotros, nos compraron nuestras primeras madreñas, las botas de goma para la nieve, los playeros, que en poco tiempo rompíamos corriendo por las eras, los lápices para colorear de “Alpino”, las gomas de borrar, en varios colores (que no sabíamos cuál escoger) y con aquel olor que nos encantaba, los cuadernos para la escuela y cómo no, también las caretas de carnaval; Recuerdo sus estanterías de madera, repletas de los más diversos productos, sus largos mostradores que a veces, los guajes en tropel, invadíamos y con el canto de una peseta, golpeábamos con insistencia para saciar con rapidez nuestras ansias de golosinas; El tiempo que pasábamos alrededor de la estufa de carbón comiendo pipas y ‘cacagüeses’, embelesados ante la pequeña pantalla del televisor, con las películas de Marisol o de Bonanza (ante la falta de televisores en la mayoría de los hogares), los vasos de ‘butano’ a los que nos convidaban cuando íbamos a pedir en los carnavales; En definitiva, lugares de los que guardo entrañables recuerdos que sin duda formaron parte del día a día de nuestra infancia, ayudando a hacer realidad todo lo que a los ojos de un niño pueda parecer un hermoso sueño.

La gitanada recorría el pueblo pidiendo por todas las casas; 
Solían darnos chorizo, aceite, bacalao, tocino, huevos y dinero para pan y secantaba la  Canción del Martes de Carnaval:El martes de carnaval, de gitana me vestí
y en un salón de baile, a mi novio perseguí.


“Gitana mía gitana, gitana mía por Dios
echa la buenaventura, la suerte que tengo yo”.


La suerte que tienes tú, te la voy a decir yo:
Eres alto y buen mozo y tienes buen corazón;
Sólo tienes una falta, que eres falso en el amor.

Tienes dos comprometidas, comprometidas de amor
la una es alta y morena, la otra más rubia que el sol;
No te cases con la rubia, que serás un ‘desgraciao’
cásate con la morena y serás ‘afortunao’.


Pero Pepe no hizo caso, con la rubia se casó,
y al cabo de siete meses, a Pepe ya le pesó.


Adiós Pepe que me voy, que mi familia me espera
Si quieres saber quién soy,

soy tu novia, la morena.

En una ocasión, durante el recorrido de la gitanada, vieron bajar corriendo a alguien en pijama, con un despertador y la bolsa de agua caliente en la mano, iba toda acelerada... Parecía haber saltado de la cama para unirse a la comitiva... ¡El disfraz estuvo logradísimo!



Cuando se terminaba de pedir se llevaba todo a La Cruz, junto a la iglesia, donde las mujeres preparadas con el mandil y la navaja bien afilada, empezaban a migar las hogazas de pan y preparaban el resto de ingredientes para hacer las sopas, mientras los hombres hacían una buena lumbre con leña de roble del leñero de la tía Paulina, que era el más cercano y cuando había una buena chosca, se colocaban las estrébedes y encima una caldera de cobre con agua del caño donde se cocían las sopas de carnaval, con ese buen pan de hogaza, a poder ser de varios días, que está bien asentado y éste era y es el principal y el más abundante de los ingredientes, luego va el chorizo (curado en las cocinas de leña de Llombera), bacalao salado, huevos, laurel, sal y para el rustido: Aceite de oliva, ajos, un buen trozo de torrezno y pimentón. De segundo, se ponían tortillas de chorizo y como postre, melocotones, todo ello acompañado de buen vino.


Todo el pueblo, grandes y pequeños, provistos con su plato y su cuchara, participaban de esta riquísima comida, a pesar del frío que hacía la mayoría de los años. Recuerdo a varias mujeres, con la pelerina y el mandil puestos, repartiendo la sopas, la gente con el plato humeante entre las manos, dando buena cuenta de ellas, los niños sentados en los escalones de la iglesia comiendo las sopas; También los mineros que salían entonces del trabajo se unían al festejo, el ir y venir de la bota que ayudaba a entrar en calor...
(Las sopas que sobraban se solían llevar para casa). 

No podemos olvidar tampoco la alegría que con su música, Alejandro y Urbano sabían transmitir con el ritmo de nuestra jota “El Río Verde” y “Los Titos” (qué bien los bailaba mi abuelo...) También el divertido “Baile de la Escoba” para disfrute de los más pequeños. 



La magia de la música que, a ritmo de pandereta, gaita y tambor ponía fin a este entrañable martes de carnaval.
(En los últimos años la música la interpretaron Cipriano con la gaita, Adelia la pandereta, Ofelia el tambor y Cipri el saxo.)
Antiguamente, el baile en el salón empezaba hacia las ocho de la tarde; Recordaremos ahora alguno de los disfraces a los que sus protagonistas dedicaron tiempo e ingenio.
Cuenta una de ellas, Felina, que dedicaban hasta tres meses a su preparación, cosiendo hasta muy tarde, a veces cuando los maridos venían de la mina todavía las pillaban cosiendo; Hicieron un año una falda, con pajas de centeno y garbanzos, previamente puestos a remojo y teñidos con anilina en color rosa fuerte,  la paja se partía en trozos de unos diez centímetros, cada garbanzo iban pasándolo con una aguja e hilo y uniéndolo a cada trozo de paja, cosiéndolo después a la falda con mucha paciencia; El resultado fue, que al moverse bailando, la falda sonaba como si fueran castañuelas. 



Otro año hicieron un traje con camisa y falda larga de volantes blancos; En la cabeza llevaban un gorro en forma de pato recubierto dealgodón, que diseñó Celedonio, (afortunadamente también se conserva foto):


En otra ocasión hicieron el disfraz con ‘monos’ de la mina; A cada pieza le fueron cosiendo, la mitad en papel blanco y la otra mitad en papel negro. El martes, cuando se lo pusieron para ir al baile y bajaban por la calle cogidas del brazo, se encontraron con Silvio que, al verlas, comentó a ‘Pepín’: “Ahí van cuatro caretos que parecen ocho”...

TRADICIONES DE CARNAVAL

Representación del toro

Se cree que comenzó a hacerse en Llombera con Herminio López, que era de Velilla de la Reina, de donde era originaria esta costumbre;
Consistía en hacer el armazón del cuerpo del toro con madera y mimbre formando una especie de cilindro, donde se metían dos personas y se revestía con pieles de cabra a la que se unía la cornamenta de un animal. Una vez terminado, acompañado de toreros, entraban en el salón de baile y, para darle más emoción, apagaban las luces antes de que entrara; Al encenderlas de golpe, el toro simulaba sus embestidas a la gente con gran alboroto, especialmente de los más pequeños, que se subían a los bancos y a las ventanas del salón de Aureliano, para verlo mejor.
Un año la representación del toro la hicieron cuatro mujeres; Felina hizo el armazón, con la escalera de cernir la harina, a la que puso una mantona oscura por encima, para imitar la piel del toro y una cornamenta y las otras tres iban de toreros, cuyos capotes eran rodaos coloraos; Ya en el salón de baile de Aureliano, los toreros con gran maestría, intentaban apaciguar las embestidas del toro, para disfrute del público, que aplaudía ‘enardecío’.


Representación de la muerte
Consistía en representar a un muerto tumbado en una escalera con la cara pintada de blanco, permaneciendo lo más inmóvil posible; El muerto iba portado por cuatro personas y llevaba un barril de barro al que, con una punta, se agujereaban unos huecos simulando dos ojos y una boca y se le metía dentro una vela o linterna encendida ; Cuando entraban en el salón se apagaban las luces y el ambiente que se creaba era verdaderamente tenebroso. Recordamos a ‘Colás’ (sobrino del tío Merino), como uno de los que participó en esta representación.
Viene al caso citar una anécdota que tuvo lugar un año en que “la comitiva” fue por las casas y, estando un matrimonio en la suya (que por cierto vivían bastante cerca del cementerio), llamaron a la puerta; Eloína, la mujer, salió a abrir y el susto y la impresión fueron mayúsculos... Dirigiéndose al marido le dijo: ”Ay Genaro, tenemos la muerte en casa...”
A lo que el hombre respondió:
“Y qué le vamos a hacer mujer”, escondiéndose uno detrás del otro. 


Los caretos
Mención especial merece esta tradición de los caretos, que llegaban aporreando la puerta, golpeando las persianas, tocando el timbre, haciendo que los perros ladraran como locos... Era impresionante el alboroto que se formaba en las casas a la voz de: ¡Los caretos!, ¡que vienen los caretos...! Recorrían todo el pueblo y los niños, no sabíamos dónde meternos cuando los veíamos aparecer.



Vestirse de careto, consiste en ponerse trapos, sábanas o colchas, rebuscando en los baúles las ropas que ya no se usan, pero sobre todo, lo principal era y es, llevar la cara tapada con caretas que generalmente suelen ser bastante feas, para temor de los más pequeños. También se procura disimular los andares de cada uno por los que podrían reconocerte, disimular la constitución física (si se es bajo se simula ser alto, si se es delgado, ser gordo etc… ) La mujer representa ser hombre y al revés. 
En una ocasión, una mujer vestida con traje de hombre, corbata, sombrero, guantes de caballero, zapatos (del 44), reloj de bolsillo, bastón con baño de plata en la empuñadura, dinero en la cartera y tapada la cara, bajó decidida a ver si en la cantina de Aureliano la conocían; Era la hora de las partidas y estaba la cantina a rebosar; Sin titubear entró, se arrimó al mostrador y, por señas (para no ser conocida por su voz), pidió un completo (café, faria y copa), sacó la cartera y extendió sobre aquel mostrador un billete de los grandes para pagar lo que se debía; La expectación y las sonrisas de los hombres eran de lo más elocuente, preguntándose quién estaría debajo de aquella apariencia... No fueron pocos los que se acercaban y preguntaban para ver si veían alguna posibilidad de conocer la identidad de aquel forastero, que parecía ser un indiano de aquéllos que habían emigrado tiempo atrás. Ella, sin decir ni una palabra para no ser conocida, apuró de un trago la copa, encendió con gran maestría la faria, empuñó el bastón y salió de la cantina más ancha que larga, llevando bajo la careta una sonrisa de oreja a oreja por no haber sido descubierta; Pero cuando bajaba por donde la chopa, alguien voceó a sus espaldas: ¡Margo! Sí... La mujer era yo... Reconocí la voz inmediatamente, (hoy con el paso del tiempo, casi olvidada…) Sin inmutarme, seguí caminando y sin volver la cara, como si no hubiera sido la confirmación de mi identidad... Seguí caminando, pensando cómo me había conocido… Fueron muchos años de niñez compartida...
Las caretas se compraban en la cantina de Alicia, las había de cartón, de plástico, de goma... Y siempre con la complicidad de Alicia, para no contar qué careta habíamos comprado, aunque cuando llegábamos a su casa, nos reconocía por las caretas y siempre nos decía “a ese caretín lo conozco yo…”
Algunas veces, para que las caretas sirvieran para el año siguiente y no ser reconocidos por llevar la misma, se intercambiaban con las caretas de otros guajes o las trasformaban pintándolas de otros colores. En una ocasión, Juan Carlos siendo un niño, quiso mejorar tanto su careta que decidió rizar el rizo y nunca mejor dicho, pues quiso poner a su careta, ya vieja por el paso de los años, ¡pelos! y no se le ocurrió nada mejor, que recortar el pelo de varias muñecas de su hermana Merche; El disgusto de ésta, cuando vio de aquella manera a sus muñecas, fue mayúsculo... Claro que, el efecto que consiguió en su careta, fue mayúsculo también...

En algunas casas, enseguida te convidaban y así de paso, fijándose en la habilidad que tuvieras en el manejo de la bota, intentaban descubrir, si eras hombre o mujer. En una ocasión, dos caretos (en este caso, mujeres) entraron en una casa dispuestos a hacerse pasar por hombres; Cuando el dueño de la casa les ofreció tomarse unas copas, las aceptaron sin privarse, e incluso jugaron a las cartas como auténticos paisanos, aunque la vuelta a casa no debió de estar exenta de dificultades... Estando varias horas debajo de la ventana de Ángeles para espabilarse. Pasando el tiempo confesaron que las escaleras las habían subido a gatas, eso sí, con gran satisfacción de no haber sido descubiertas. 
También había casas en las que, al menor descuido y con gran habilidad de manos, querían cercionarse de si pertenecías al género masculino o femenino... Momento en el que se producía un gran revuelo entre risas y el atropello por querer huir de las “manos largas” y encontrar pronto la salida.

El robo del pote 
El martes de carnaval en Llombera existía una arraigada costumbre que consistía en robar el pote de las casas ajenas; Al menor descuido cualquiera podía entrar en la cocina y apoderarse de la comida (pote), que se tuviera ese día en la cocina de carbón; Pasando un tiempo prudencial y habiendo disfrutado de la rabieta de la afectada, el pote se devolvía íntegro y ‘cocío’, a su dueña.
En una ocasión Felina fue a quitar el pote a su hermana Carmen, entrando sigilosamente en la casa, conocer la casa le fue de gran ayuda, pues mientras Carmen estaba en la cocina ella se escondió en la despensa y en un momento que Carmen bajó al caño a por agua, Felina se apoderó del pote, saliendo a toda prisa por la Era Redonda ‘pa’ allá y Cárcavas abajo hasta llegar a casa de su madre, la tía Antonia, en donde las dos rieron la broma.
En otra ocasión, el martes de carnaval, estaban Pilar y Emilia en la Era Redonda, cuando de repente vieron a Clarisa que entraba con un pote para su casa y al poco rato con otro; Suponiendo lo que estaba haciendo, Emilia le propone a Pilar la misma intención: Robarle los potes robados a Clarisa; Emilia, conociendo la casa perfectamente debido a la amistad que tenían, fueron por detrás de La Viña y entraron por atrás. En este trajín, fueron sorprendidas por el tío Santos, que lejos de descubrirlas les ayudó en aquellas nabolenas del robo del pote; Pilar y Emilia robaron el pote de la cocina de carbón y no conformes con eso, también cogieron los cuencos con el pan ‘migao’ ‘pa’ las sopas del pote y se lo pasaban al tío Santos por encima del muro y éste cogía los potes y los llevaba para la cocina de su casa, donde los potes seguían cociendo para que, una vez llegada la hora de comer se devolvieran a sus dueñas ya cocidos.
En otra ocasión Ana Mari siendo una niña, quiso gastar la broma de robar el pote a su tía Anita y sabiendo que por la puerta de alante podía ser vista, entró por la portala de atrás, esta entrada la conocían sólo los de casa y sin esperar que por allí entrase nadie, al menor descuido de Anita el pote fue robado por Ana Mari que, con gran rapidez lo llevó a su casa donde, además del de su madre y con este último robado, ya eran tres los que en la chapa de carbón cocían.
Otro año por el martes de carnaval salió Soli de casa a correr el carnaval y Audelina fue a la calle para ver la gitanada, entonces Aurora y Tenta, que estaban junto a la casa del tío Merino, supusieron que en casa no quedaba nadie y pensaron en robarles el pote, pero Emilia había quedado bordando en casa y por la ventana las vio acercarse y cuando entraron y se dispusieron a coger el pote por las asas, de repente las sorprendió Emilia quitándoles las intenciones...


DOMINGO DE PIÑATA
Se celebraba el domingo posterior al martes de carnaval, por la noche en el salón de baile del tío Santiago, donde tocaban Alejandro y Urbano. Se forraba con papel de colores una pollera (andador con forma de campana de mimbre que antiguamente utilizaban los niños para aprender a andar), la pollera se llenaba de cintas cosidas que colgaban y estaban numeradas; Cada pareja en el baile iba pasando por debajo y tiraba de una cinta; Después se hacía una rifa y los agraciados recogían con gran entusiasmo el premio, que solía ser un mazapán. Posteriormente esta celebración se hizo en el salón de baile de Aureliano.

ANÉCDOTAS DE CARNAVAL
En una ocasión se hizo la representación de una gitanada, donde varias mujeres entre las que estaban Pilar, Tenta, Elvira y María, cogieron los colchones de lana de sus casas y los pusieron encima de los burros, también llevaban los cacharros necesarios (cazuelas, sartenes etc…) Montadas en los burros, con la vestimenta adecuada y rodeadas de guajes, recorrieron el pueblo, terminando con la acampada en La Cruz junto al caño, donde hicieron una lumbre en el suelo como un auténtico campamento gitano. 

Esta otra anécdota la protagonizaron una pareja que eran asturianos; Tenían una perra pequeñina y representaron un bautizo en el caño vistiendo a la perrina con todas las ropas de bautismo, con padrinos y cura incluido, sin que faltaran los confites tradicionales de un bautizo, para alegría de los guajes. 

En otra ocasión, Pepe y Felina prepararon un mono (funda), lo rellenaron de paja por las piernas, brazos y por todo el cuerpo, en la cabeza le pusieron una careta y un sombrero y por los pies lo cosieron a la chirucas que Pepe llevaba puestas; Por los brazos lo sujetaba Pepe con sus manos y, de esa guisa, se les ocurrió la idea de visitar la casa de sus vecinos, llamaron a la puerta y cuando el vecino abrió, Pepe sin más dilación, empujó al muñeco tirándolo encima del vecino y causando a éste un gran sobresalto que le hizo correr pasillo alante como alma que lleva el diablo...

Otra vez subieron, vestidas de caretos con trapos y sábanas que tenían por casa, Soli, Aurora y Anita, a casa de la tía Justa, entonces cuando las vio Manuel, les hizo quitar aquellos trapos y les dejó tres trajes de militar, cuando se dispusieron a bajar por El Lutero, fueron vistas por Ángel y éste se les acercó con la intención de descubrir quiénes eran empezando a destaparles la cara, pero ellas, como eran tres y además llevaban unas buenas cachas, le dieron como ‘pal’ zorro... Y él, al alejarse, a la vez que se reía iba diciendo: “Éstos son hombres, éstos son hombres, porque según dan...”

Un año que los niños habían salido a pedir con la bandera y al día siguiente les hacían la comida en la casa de Modesto, estaban de cocineras Rosa Mari y Ana Mari y, aquel año coincidió que se tallaron los quintos de Llombera, entre ellos estaban Santiago y Arsenio y estaban celebrándolo en la cantina de Alicia; Ellas, cuando se dispusieron a comer fueron a buscarlos, invitándoles a comer y así, todos juntos, hicieron la celebración por partida doble.
Recuerdo un martes de carnaval en el que mi primo Andrés y yo corríamos la gitanada montados en el burro y cuando llegamos a la cantina de Alicia, mi primo tuvo la brillante idea de entrar en ella (con el burro incluído), todos mis intentos de disuasión fueron inútiles y terminamos dentro de la cantina donde, para mi sorpresa ya había otro burro, éstos comenzaron a enflorinarse y se formó tal alboroto entre los rebuznos de unos y los gritos de los otros, que cada cuál fue saliendo por donde pudo; Recuerdo mi vestido de volantes de papel esfarrapao con las prisas por tirarme del burro. 


Esta anécdota está escrita, tal cuál, la contó mi tía Emilia: 
“Una vez andaba yo haciendo una vainica a una sábana y ya era así de noche, entre dos luces y me dije, ‘mecagüen’ los demonios!, me tapo con la sábana y marcho.  No vi a nadie, 'na' más fui a la carretera hasta junto a casa Teresa y volví ‘pa’ casa y nunca más volví a semejante cosa.Tu tía Soli, tu tía Anita y tu tía Aurora, les gustaba mucho vestirse decareto; Esas corrían mucho, mucho. Otra vez, tu tía Isolina, tu tía Lola la de Herminio, pues le dejó un traje de tu tío Herminio de hombre,
porque antes las mujeres de pantalones no se vestían, pues le dejó un traje de tu tío Heminio, estaba más guapa... Tapaban la cara con una careta, otras veces con las colchas de la cama, las ponían en pico y las ataban por arriba y ponían una careta y a correr... “

En otro año, el martes de carnaval, salió la gitanada a recorrer el pueblo, 
Marisa vestida de gitano fue a pedirle el burro a Manolo “el perillán” (quizá éste burrín fue el último que corrió el carnaval).
Marisa se subió al burro, poniendo a Lorena detrás, vestida de gitanina con apenas seis años de edad y asina recorrieron todo el pueblo, pero al llegar al medio la calle, Marisa se empeñó en entrar con el burro ‘pa’ lacantina de Aureliano, con gran destreza y manejo del animal y ante la mirada atónita de cuantos gitanos allí se encontraban, peldaño a peldaño subieron las escaleras como puedieron; Dentro de la cantina el animal parecía encontrarse en su salsa porque allí se quedó como un bendito.
Lo que pocos sabían de aquel martes de carnaval del año 1989, era que en el burro no sólo iban Marisa y Lorena, sino que estos carnavales serían los primeros carnavales de Jeray.





Cuando uno piensa en celebraciones como ésta, que han pasado de generación en generación, en las que de una forma sencilla, entrañable, como si de una gran familia se tratara, donde están nuestras raíces, nuestras vivencias, formando parte de nuestra cultura, de nuestras costumbres, de nuestros mejores recuerdos; Recuerdos de gentes que, por un motivo u otro han tenido que hacer sus vidas lejos de aquí; Recuerdos a los que uno regresa más a menudo, a medida que más mayores somos, como si quisiéramos recuperar un tiempo lejano que creíamos perdido para siempre; Recuerdos que nos producen una emoción indescriptible y se desvanecen cuando intentamos retenerlos.
Un especial recuerdo a todas aquellas personas que con su participación, creatividad, alegría, originalidad y buen humor formaron parte de este festejo, contribuyendo a través de los años a crear la historia de lo que fue y será siempre:

El Carnaval de Llombera.