La Fayona de Llombera
"NUESTROS" JUEGOS INFANTILES
¡QUE VIENE EL LOBO!
¡QUE VIENE EL LOBO!
En aquellos días de verano, recuerdo cómo mis padres nos llevaban de merienda, cargando con las seras y las cestas en las que no podían faltar el jamón, el lomo, la pata de chivo, esos chorizos y esa riquísima longaniza que mi madre preparaba. En algunas ocasiones íbamos ayudados por un burro, que mi tío siempre llevaba cuando nos juntábamos la familia, pues asina llenaban sus alforjas de ricas cosas y no teníamos que pujarlas nosotros.
El camino era ya de por sí una diversión. Casi siempre nos llegábamos hasta Vega Fonda, pues se buscaba un sitio donde hubiera una fuente y allí en el Prao la Iglesia junto a los sierros, a la sombra de las rebollas, era un buen sitio para merendar y asar los chorizos en la lumbre, sujetándolos con un palo largo que se hacía allí mismo cortándolo de cualquier espino; en un extremo se afilaba y acababa en un pincho, donde se pinchaba el chorizo y se arrimaba a la lumbre sujetándolo por el otro extremo para no quemarte y lo que más nos gustaba era que los mayores te dejaban asar tu propio chorizo (aunque casi siempre quedaba charruscao) y andar escarbando en la lumbre entre las brasas, con un palo; los mayores a esto nos decían: "dejar de andar en la lumbre, que esta noche vais a mear la cama" ????
A la vuelta, subiendo por la Cuesta Llombera y llegando al faedo, ya comenzaba a estar entre dos luces y llegando a la Era el Valle en Bustillo, casi al anochecer, era la hora más oportuna para este juego, pues asina da un poco más de miedo…
Recuerdo cómo mi madre se colocaba unas orejas encima de la cabeza hechas con un rodillo (extiendes el rodillo, coges por los dos extremos y doblas el rodillo hasta la mitad, por los otros extremos del rodillo haces lo mismo, vuelves a doblar hacia adentro y te queda una forma cuadrada, entonces coges por los picos el rodillo tiras y salen unas perfectas orejas las cuales, además servían para otros “menesteres” que ahora no viene al caso citar…je je). Después cogía mi madre una manta de lana de color parduzco que teníamos y que habíamos usado para sentarnos, se la echaba por encima para imitar la piel del lobo, se guardaba detrás de la pared y todos los niños juntos y guardados detrás de algún espino en la Era el Valle, empezábamos a cantar haciéndole al lobo varias preguntas, esperando inquietos y, reconozco, un poco asustados, a que el lobo nos contestase, hasta que cansado de nuestras preguntas saliera en nuestra busca.
QUE VIENE EL LOBOOOO
En este juego un niño mayor será el lobo y los niños se esconderán y cuando estén escondidos le harán al lobo varias preguntas y el lobo las contestará hasta que farto de los niños salga en busca de ellos.
LOS NIÑOS COMIENZAN A CANTAR:
Entonces el lobo sale en busca de los niños que estaban escondidos detrás del espino y los niños al verlo salen despavoridos cada uno corriendo por donde puede para que el lobo no consiga cogerlos y comérseloooss.
ERAN ESOS DIAS DE INVIERNO...
El camino era ya de por sí una diversión. Casi siempre nos llegábamos hasta Vega Fonda, pues se buscaba un sitio donde hubiera una fuente y allí en el Prao la Iglesia junto a los sierros, a la sombra de las rebollas, era un buen sitio para merendar y asar los chorizos en la lumbre, sujetándolos con un palo largo que se hacía allí mismo cortándolo de cualquier espino; en un extremo se afilaba y acababa en un pincho, donde se pinchaba el chorizo y se arrimaba a la lumbre sujetándolo por el otro extremo para no quemarte y lo que más nos gustaba era que los mayores te dejaban asar tu propio chorizo (aunque casi siempre quedaba charruscao) y andar escarbando en la lumbre entre las brasas, con un palo; los mayores a esto nos decían: "dejar de andar en la lumbre, que esta noche vais a mear la cama" ????
A la vuelta, subiendo por la Cuesta Llombera y llegando al faedo, ya comenzaba a estar entre dos luces y llegando a la Era el Valle en Bustillo, casi al anochecer, era la hora más oportuna para este juego, pues asina da un poco más de miedo…
Recuerdo cómo mi madre se colocaba unas orejas encima de la cabeza hechas con un rodillo (extiendes el rodillo, coges por los dos extremos y doblas el rodillo hasta la mitad, por los otros extremos del rodillo haces lo mismo, vuelves a doblar hacia adentro y te queda una forma cuadrada, entonces coges por los picos el rodillo tiras y salen unas perfectas orejas las cuales, además servían para otros “menesteres” que ahora no viene al caso citar…je je). Después cogía mi madre una manta de lana de color parduzco que teníamos y que habíamos usado para sentarnos, se la echaba por encima para imitar la piel del lobo, se guardaba detrás de la pared y todos los niños juntos y guardados detrás de algún espino en la Era el Valle, empezábamos a cantar haciéndole al lobo varias preguntas, esperando inquietos y, reconozco, un poco asustados, a que el lobo nos contestase, hasta que cansado de nuestras preguntas saliera en nuestra busca.
QUE VIENE EL LOBOOOO
En este juego un niño mayor será el lobo y los niños se esconderán y cuando estén escondidos le harán al lobo varias preguntas y el lobo las contestará hasta que farto de los niños salga en busca de ellos.
LOS NIÑOS COMIENZAN A CANTAR:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaasss?
Y EL LOBO CONTESTA:
DE NUEVO LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaasss?
Y EL LOBO CONTESTA:
Siiii , estoy abotonándome la camisaaaa
OTRA VEZ LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaass?
Y EL LOBO CONTESTA :
Siiii, estoy poniéndome los zapatoooss
DE NUEVO LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaass?
Y EL LOBO CONTESTA :
Siiii, estoy poniéndome el sombrerooo
OTRA VEZ LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estássss?
Y EL LOBO CONTESTA Y ESTA VEZ MUY ENFADADO:
Siiii, estoy aquí y ahora saldré y me comeré a todoooss
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaasss?
Y EL LOBO CONTESTA:
Siiii, estoy poniéndome los pantaloneeess
DE NUEVO LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaasss?
Y EL LOBO CONTESTA:
Siiii , estoy abotonándome la camisaaaa
OTRA VEZ LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaass?
Y EL LOBO CONTESTA :
Siiii, estoy poniéndome los zapatoooss
DE NUEVO LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estáaass?
Y EL LOBO CONTESTA :
Siiii, estoy poniéndome el sombrerooo
OTRA VEZ LOS NIÑOS:
Jugando al escondite en el bosque anocheció (bis)
El cuco cantaba y el miedo nos quitó
Cucú, cucú
Lobo estássss?
Y EL LOBO CONTESTA Y ESTA VEZ MUY ENFADADO:
Entonces el lobo sale en busca de los niños que estaban escondidos detrás del espino y los niños al verlo salen despavoridos cada uno corriendo por donde puede para que el lobo no consiga cogerlos y comérseloooss.
ERAN ESOS DIAS DE INVIERNO...
Recuerdo aquellos días de escuela en los que, ya abrigada, esperaba en el pasillo a que bajara mi prima. En esos días de invierno teníamos que prender la estufa y aquella semana nos había tocado a nosotras. Por la mañana temprano ya me había dejado mi padre antes de ir a la mina a trabajar, un caldero con la leña y un poco de escoba seca para poder prender.
Mientras esperábamos a que fuera la hora de entrar y llegara la maestra, nos entreteníamos jugando a las esquinitas en el portal de las escuelas aprovechando las aristas de las escaleras depiedra o del peldaño del portal. Recuerdo cómo, justo en el medio de este peldaño, existía una perfecta esquinita que era la preferida por todos nosotros pues era donde mejor te cogía la puntera del pie; ahora está tapada con cemento para evitar que alguien se retuerza un pie,
pero de vez en cuando y al cabo del tiempo cuando miro esa esquinita tapada por el cemento me viene a la memoria esos días de la escuela en los que jugábamos a...
LAS ESQUINITAS
De entre todos los niños que querían jugar, se echaba a suertes para ver quién de ellos era el que apochinaba y el resto de los niños buscaba una esquinita donde poner la puntera del pie.
El niño que apochinaba iba uno por uno a los niños y les preguntaba:
¿Hay luz en esta casita?
Y el niño le respondía:
En casa de María (por ejemplo)
Entonces el que apochinaba tenía que dirigirse hacia la esquina donde estaba María y le volvía a preguntar:
¿Hay luz en esta casita?
Y María le respondía:
No, en casa Juan
Y el niño que apochinaba se dirigía de nuevo a la esquina donde Juan tenía su puntera del pie y le preguntaba:
¿Hay luz en esta casita?
Y si el niño esta vez le respondía :
Sí , hay luz en esta casita
Entonces el niño que apochinaba pasaba a poner su puntera del pie en esa esquina y el otro niño pasaba a ser el que apochinaba y el juego comenzaba de nuevo.
Para darle más emoción al juego, el resto de los niños que tenían sus punteras en las esquinitas, aprovechaban cuando el niño que apochinaba estaba entretenido preguntando de un niño a otro y se cambiaban de pie o también se cambiaban de esquinita unos con otros, pero esto había que hacerlo con mucha rapidez, pues corría el peligro de que el niño que apochinaba te viera y te cogiera y entonces ese niño se pondría en tu lugar comenzando de nuevo el juego.
Siempre acababa el juego cuando veíamos a nuestra maestra salir de su casa para encaminarse a la escuela, no sin antes quedar, para volver a jugar cuando saliéramos al recreo.
LAS MARIQUITAS
Ahí están, guardadas en una caja de lata, Marlén, Lilí, Susan, María del Mar, Piluca, Maruchi, María José, Caty, Laura… Hoy la abro después de tanto tiempo, mis mariquitas… Mis preciosas mariquitas, cuánto he jugado con ellas, se nota por su estado... Marlén es una mariquita de cartón duro, con dos lacines de color verde en su cabello rubio, unos grandes ojos negros y en su regazo tiene cogido un lindo gatín atigrado;
tiene el cuello ‘repasao’, cosido perfectamente por mi madre, seguramente ésta sea la más antigua y a la que más cariño tengo, ya que es una mariquita heredada de mi hermana.
Recuerdo comprarlas con la propina del domingo en un kiosco que había en la plaza de La Robla; venían como en unos blog y en la portada principal que era de un cartón más duro venía la mariquita y en los folios restantes venían todos los vestidos y accesorios de la muñeca, también se encontraban de premio en los chicles.
Si ya era bonito jugar con ellas poniéndoles sus vestidines, también era bonito recortarlas, aunque era una tarea delicada pues cuando tenias que recortar por los sitios mas estrechos tenías que tener cuidado de no romperlas (alguna vez ésto me ha pasado y he tenido que recurrir al celofán).
Las mariquitas solían venir con su nombre escrito junto a ellas en el mismo blog y cuando las teníamos recortadas a ellas y a sus vestidos, les poníamos el nombre por detrás. También hacíamos lo mismo a cada uno de sus vestidos, les poníamos el mismo nombre para luego saber a quién pertenecía cada vestido; A veces y al cabo de un tiempo tachábamos ese nombre para ponerle otro distinto, pues nos aburríamos de llamarlas por el mismo nombre siempre y asina muchas de mis mariquitas aparecen hoy, cuando les doy la vuelta, con varios nombres tachados unos encima de otros.
No sé si os pasaría lo mismo, pero yo cuando tenía una mariquita nueva y le tenía que poner un nombre la miraba a la cara y decía: Ésta tiene cara de llamarse… Susan! (por ejemplo); Otras veces les ponía el nombre de la persona a la que me recordaba su cara.
Cada mariquita tenía su cama para guardarlas junto con sus vestidos, yo se las hacía de las hojas del papel de cuaderno, era como una especie de sobre pegado por los lados con cola, menos por el lado de arriba que era por donde se metía la muñeca y sus vestidos; ésta era una manera de tenerlas recogidas.
También recuerdo hacerles casas de cartón, aprovechando las cajas de galletas maría, esas cajas cuadradas y grandes... Les hacía la puerta, las ventanas... Y en esas casas las metíamos.
También hacíamos nuestras propias mariquitas, unas veces calcadas de algún libro y otras veces hechas de nuestra invención.
Donde más recuerdo jugar a las mariquitas es en mi casa, en la cocina, sentada en el suelo delante de la tele mientras mi padre veía el parte y mi madre acababa de fregar los cacharros de la cena; Todas perfectamente guardadas en sus camas, las sacaba una por una y les iba probando sus ropas que se sujetaban al cuerpo por medio de unas solapas que venían unidas al vestido, para asina trabarlas al cuerpo de la muñeca de cartón.
Hoy las miro y veo en su color ese pálido reflejo del paso del tiempo...
Hoy he sacado de nuevo de la caja de lata mis mariquitas, mis preciosas mariquitas…
EL PITE
De las apreciadas rebollas (roble) y de las motas llamadas gállaras, gallarones y mazurcas producidas por estos árboles, surgió un juego llamado "el pite".
Los niños que se disponían a jugar, tenían que poner un pite cada uno, que consistía en poner unos montonines de cuatro gállaras, tres gállaras abajo y una gállara encima; Todos los montones se ponían en hilera y a unos metros de distancia se colocaban los niños y por turno tenían que tirar a la hilera de gállaras que formaban el pite, la gállara con la que derribaban el pite era una gállara más gorda y doble, rara de encontrar, que se llamaba mazurca; El niño que lograra tirar un pite o más, conseguía que todas esas gállaras pasaran a su poder.
Recuerdo ir a leña con mi padre cuando cae la hoja y rebuscar entre las ramas de las rebollas para encontrar esas preciadas gállaras y gallarones...
De estos últimos, se hacían unos bonitos potes y cazuelinas, forgándolos por dentro con una navaja hasta quedar huecas; Se cortaba la parte de arriba para hacer de tapa, se le colocaba un palín pequeño de la misma rama de la rebolla y a los lados de la cazuelina de igual manera, se formaban las asas.
Se solían decorar arrimando la gállara al agujero de la corra de la cocina de carbón cuando estaba prendida la lumbre y quedaban unos perfectos redondeles quemados, ésta era una manera de personalizar tus gállaras.
Cada año por estas fechas en la caída de la hoja, cuando paseo por junto a las rebollas, me parece ver una pequeña niña rebuscando entre las ramas esas preciadas motas llamadas gállaras...
LOS CROMOS
En aquel soleado patio del colegio, debajo de los árboles frutales, cuántos corros de niñas jugando a los cromos...
Las escaleras de la entrada, los bajos muros que rodeaban el patio, cualquier lugar era bueno, siempre que fuera una superficie llana.
Mis cromos preferidos y los que eran más nuevos los guardaba en una cajina de lata, cromos de caras, de flores, de frutas, animales, trajes típicos regionales…
Yo los compraba en el kiosko que había en Salinas mientras esperábamos el autocar de regreso a casa, con el dinero que mi madre me daba. Recuerdo cómo abría aquel armario empotrado que teníamos en la cocina y en una de las puertas superiores, dentro, había un vasín de cristal con pequeñas monedas sueltas, que mi madre y yo íbamos contando céntimo a céntimo hasta hacer dos pesetas.
Los cromos venían en láminas troqueladas de forma que contorneaban los dibujos que estaban unidos entre sí por unas pequeñas pestañas que había que recortar para poder separarlos y poder jugar; Por detrás les poníamos nuestro nombre pues a veces coincidíamos en tener los mismos cromos y asina podíamos distinguirlos; También se podía dar el caso de que, jugando, perdieras algún cromo y al cabo de un tiempo cuando volvías a jugar, igual ganabas y... ¡qué casualidad! entre esos cromos ganados, a veces encontrabas un cromo con tu nombre y lo volvías a recuperar, esto te hacía una gran ilusión.
Se solían dejar para jugar los cromos más viejos, algunos de esos cromos estaban un poco doblados por las orillas y un poco gastado su color, aunque esto era el acuerdo de las niñas que en ese momento jugaran, porque a veces, había normas como: "no valen cromos viejos, no valen cromos rotos".
También había cromos que, por su tamaño, igual valían dos o tres cromos de los pequeños y esto lo medíamos de la siguiente manera: Se ponía el cromo grande debajo y encima se iban poniendo los pequeños hasta ir tapando al grande en su totalidad y ésta era la forma de saber por cuántos cromos valía el cromo grande.
Cuando ocurría que tu ponías un cromo grande para jugar, lo medías primero y luego las otras niñas tenían que poner tanta cantidad de cromos como hubiera valido ese cromo grande, por ejemplo, si valía por tres cromos, pues cada niña ponía tres cromos pequeños.
Para comenzar el juego se echaba a suertes y después se seguía por la derecha de quien había tenido la suerte de comenzar la primera a tirar.
Todas en un perfecto círculo, bien juntas, casi cabeza con cabeza, apostábamos cuántos cromos poníamos para jugar: Uno, dos, tres, cuatro… En alguna ocasión he visto cómo apostaban casi la totalidad de cromos que tenían, quedándose a dos velas la niña que perdía.
Todos los cromos boca abajo, apiladines uno encima de otro, en un perfecto montón y preparada la palma de la mano, un poquitín cóncava, de ésta manera quedaba un poco de aire entre el cromo y la palma de la mano y quizás eso ayudase a levantar mejor los cromos y en un golpe seco y con decisión se conseguía dar vuelta a algún que otro cromo.
La niña ganadora recogía esos cromos que se habían dado la vuelta y, siguiendo el turno, la siguiente niña intentaba ganar cuantos cromos le habían dejado y asina hasta llegar al último turno, si es que quedaban cromos... pues si no había quedado ninguno, se ponía de nuevo un montonín de ellos y comenzaba de nuevo el juego, empezando por la niña que se había quedado sin tirar.
Con el paso del tiempo… cuando dejé atrás mis cromos, mi hermana me regaló un álbum para tenerlos recogidos; era un álbum hecho por ella, usando un viejo cuaderno de anillas y forrándolo con el papel que sobró de empapelar el comedor.
Allí fui pegando mis cromos que hoy todavía conservo y... cuando lo miro y paso la palma de mi mano por encima de ellos me parece estar en aquel soleado patio del colegio a la sombra de los árboles frutales…
Mientras esperábamos a que fuera la hora de entrar y llegara la maestra, nos entreteníamos jugando a las esquinitas en el portal de las escuelas aprovechando las aristas de las escaleras depiedra o del peldaño del portal. Recuerdo cómo, justo en el medio de este peldaño, existía una perfecta esquinita que era la preferida por todos nosotros pues era donde mejor te cogía la puntera del pie; ahora está tapada con cemento para evitar que alguien se retuerza un pie,
LAS ESQUINITAS
De entre todos los niños que querían jugar, se echaba a suertes para ver quién de ellos era el que apochinaba y el resto de los niños buscaba una esquinita donde poner la puntera del pie.
El niño que apochinaba iba uno por uno a los niños y les preguntaba:
¿Hay luz en esta casita?
Y el niño le respondía:
En casa de María (por ejemplo)
Entonces el que apochinaba tenía que dirigirse hacia la esquina donde estaba María y le volvía a preguntar:
¿Hay luz en esta casita?
Y María le respondía:
No, en casa Juan
Y el niño que apochinaba se dirigía de nuevo a la esquina donde Juan tenía su puntera del pie y le preguntaba:
¿Hay luz en esta casita?
Y si el niño esta vez le respondía :
Sí , hay luz en esta casita
Entonces el niño que apochinaba pasaba a poner su puntera del pie en esa esquina y el otro niño pasaba a ser el que apochinaba y el juego comenzaba de nuevo.
Para darle más emoción al juego, el resto de los niños que tenían sus punteras en las esquinitas, aprovechaban cuando el niño que apochinaba estaba entretenido preguntando de un niño a otro y se cambiaban de pie o también se cambiaban de esquinita unos con otros, pero esto había que hacerlo con mucha rapidez, pues corría el peligro de que el niño que apochinaba te viera y te cogiera y entonces ese niño se pondría en tu lugar comenzando de nuevo el juego.
Siempre acababa el juego cuando veíamos a nuestra maestra salir de su casa para encaminarse a la escuela, no sin antes quedar, para volver a jugar cuando saliéramos al recreo.
LAS MARIQUITAS
Ahí están, guardadas en una caja de lata, Marlén, Lilí, Susan, María del Mar, Piluca, Maruchi, María José, Caty, Laura… Hoy la abro después de tanto tiempo, mis mariquitas… Mis preciosas mariquitas, cuánto he jugado con ellas, se nota por su estado... Marlén es una mariquita de cartón duro, con dos lacines de color verde en su cabello rubio, unos grandes ojos negros y en su regazo tiene cogido un lindo gatín atigrado;
tiene el cuello ‘repasao’, cosido perfectamente por mi madre, seguramente ésta sea la más antigua y a la que más cariño tengo, ya que es una mariquita heredada de mi hermana.
Recuerdo comprarlas con la propina del domingo en un kiosco que había en la plaza de La Robla; venían como en unos blog y en la portada principal que era de un cartón más duro venía la mariquita y en los folios restantes venían todos los vestidos y accesorios de la muñeca, también se encontraban de premio en los chicles.
Si ya era bonito jugar con ellas poniéndoles sus vestidines, también era bonito recortarlas, aunque era una tarea delicada pues cuando tenias que recortar por los sitios mas estrechos tenías que tener cuidado de no romperlas (alguna vez ésto me ha pasado y he tenido que recurrir al celofán).
Las mariquitas solían venir con su nombre escrito junto a ellas en el mismo blog y cuando las teníamos recortadas a ellas y a sus vestidos, les poníamos el nombre por detrás. También hacíamos lo mismo a cada uno de sus vestidos, les poníamos el mismo nombre para luego saber a quién pertenecía cada vestido; A veces y al cabo de un tiempo tachábamos ese nombre para ponerle otro distinto, pues nos aburríamos de llamarlas por el mismo nombre siempre y asina muchas de mis mariquitas aparecen hoy, cuando les doy la vuelta, con varios nombres tachados unos encima de otros.
No sé si os pasaría lo mismo, pero yo cuando tenía una mariquita nueva y le tenía que poner un nombre la miraba a la cara y decía: Ésta tiene cara de llamarse… Susan! (por ejemplo); Otras veces les ponía el nombre de la persona a la que me recordaba su cara.
Cada mariquita tenía su cama para guardarlas junto con sus vestidos, yo se las hacía de las hojas del papel de cuaderno, era como una especie de sobre pegado por los lados con cola, menos por el lado de arriba que era por donde se metía la muñeca y sus vestidos; ésta era una manera de tenerlas recogidas.
También recuerdo hacerles casas de cartón, aprovechando las cajas de galletas maría, esas cajas cuadradas y grandes... Les hacía la puerta, las ventanas... Y en esas casas las metíamos.
También hacíamos nuestras propias mariquitas, unas veces calcadas de algún libro y otras veces hechas de nuestra invención.
Donde más recuerdo jugar a las mariquitas es en mi casa, en la cocina, sentada en el suelo delante de la tele mientras mi padre veía el parte y mi madre acababa de fregar los cacharros de la cena; Todas perfectamente guardadas en sus camas, las sacaba una por una y les iba probando sus ropas que se sujetaban al cuerpo por medio de unas solapas que venían unidas al vestido, para asina trabarlas al cuerpo de la muñeca de cartón.
Hoy las miro y veo en su color ese pálido reflejo del paso del tiempo...
Hoy he sacado de nuevo de la caja de lata mis mariquitas, mis preciosas mariquitas…
EL PITE
De las apreciadas rebollas (roble) y de las motas llamadas gállaras, gallarones y mazurcas producidas por estos árboles, surgió un juego llamado "el pite".
Los niños que se disponían a jugar, tenían que poner un pite cada uno, que consistía en poner unos montonines de cuatro gállaras, tres gállaras abajo y una gállara encima; Todos los montones se ponían en hilera y a unos metros de distancia se colocaban los niños y por turno tenían que tirar a la hilera de gállaras que formaban el pite, la gállara con la que derribaban el pite era una gállara más gorda y doble, rara de encontrar, que se llamaba mazurca; El niño que lograra tirar un pite o más, conseguía que todas esas gállaras pasaran a su poder.
Recuerdo ir a leña con mi padre cuando cae la hoja y rebuscar entre las ramas de las rebollas para encontrar esas preciadas gállaras y gallarones...
De estos últimos, se hacían unos bonitos potes y cazuelinas, forgándolos por dentro con una navaja hasta quedar huecas; Se cortaba la parte de arriba para hacer de tapa, se le colocaba un palín pequeño de la misma rama de la rebolla y a los lados de la cazuelina de igual manera, se formaban las asas.
Se solían decorar arrimando la gállara al agujero de la corra de la cocina de carbón cuando estaba prendida la lumbre y quedaban unos perfectos redondeles quemados, ésta era una manera de personalizar tus gállaras.
Cada año por estas fechas en la caída de la hoja, cuando paseo por junto a las rebollas, me parece ver una pequeña niña rebuscando entre las ramas esas preciadas motas llamadas gállaras...
LOS CROMOS
En aquel soleado patio del colegio, debajo de los árboles frutales, cuántos corros de niñas jugando a los cromos...
Las escaleras de la entrada, los bajos muros que rodeaban el patio, cualquier lugar era bueno, siempre que fuera una superficie llana.
Mis cromos preferidos y los que eran más nuevos los guardaba en una cajina de lata, cromos de caras, de flores, de frutas, animales, trajes típicos regionales…
Yo los compraba en el kiosko que había en Salinas mientras esperábamos el autocar de regreso a casa, con el dinero que mi madre me daba. Recuerdo cómo abría aquel armario empotrado que teníamos en la cocina y en una de las puertas superiores, dentro, había un vasín de cristal con pequeñas monedas sueltas, que mi madre y yo íbamos contando céntimo a céntimo hasta hacer dos pesetas.
Los cromos venían en láminas troqueladas de forma que contorneaban los dibujos que estaban unidos entre sí por unas pequeñas pestañas que había que recortar para poder separarlos y poder jugar; Por detrás les poníamos nuestro nombre pues a veces coincidíamos en tener los mismos cromos y asina podíamos distinguirlos; También se podía dar el caso de que, jugando, perdieras algún cromo y al cabo de un tiempo cuando volvías a jugar, igual ganabas y... ¡qué casualidad! entre esos cromos ganados, a veces encontrabas un cromo con tu nombre y lo volvías a recuperar, esto te hacía una gran ilusión.
Se solían dejar para jugar los cromos más viejos, algunos de esos cromos estaban un poco doblados por las orillas y un poco gastado su color, aunque esto era el acuerdo de las niñas que en ese momento jugaran, porque a veces, había normas como: "no valen cromos viejos, no valen cromos rotos".
También había cromos que, por su tamaño, igual valían dos o tres cromos de los pequeños y esto lo medíamos de la siguiente manera: Se ponía el cromo grande debajo y encima se iban poniendo los pequeños hasta ir tapando al grande en su totalidad y ésta era la forma de saber por cuántos cromos valía el cromo grande.
Cuando ocurría que tu ponías un cromo grande para jugar, lo medías primero y luego las otras niñas tenían que poner tanta cantidad de cromos como hubiera valido ese cromo grande, por ejemplo, si valía por tres cromos, pues cada niña ponía tres cromos pequeños.
Todas en un perfecto círculo, bien juntas, casi cabeza con cabeza, apostábamos cuántos cromos poníamos para jugar: Uno, dos, tres, cuatro… En alguna ocasión he visto cómo apostaban casi la totalidad de cromos que tenían, quedándose a dos velas la niña que perdía.
Todos los cromos boca abajo, apiladines uno encima de otro, en un perfecto montón y preparada la palma de la mano, un poquitín cóncava, de ésta manera quedaba un poco de aire entre el cromo y la palma de la mano y quizás eso ayudase a levantar mejor los cromos y en un golpe seco y con decisión se conseguía dar vuelta a algún que otro cromo.
La niña ganadora recogía esos cromos que se habían dado la vuelta y, siguiendo el turno, la siguiente niña intentaba ganar cuantos cromos le habían dejado y asina hasta llegar al último turno, si es que quedaban cromos... pues si no había quedado ninguno, se ponía de nuevo un montonín de ellos y comenzaba de nuevo el juego, empezando por la niña que se había quedado sin tirar.
Con el paso del tiempo… cuando dejé atrás mis cromos, mi hermana me regaló un álbum para tenerlos recogidos; era un álbum hecho por ella, usando un viejo cuaderno de anillas y forrándolo con el papel que sobró de empapelar el comedor.