Otoño

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jueves, 8 de marzo de 2012

Página web de Llombera. El Pueblo.

La Fayona de Llombera
El pueblo


Nuestro pueblo, Llombera, es un precioso rincón de la geografía leonesa situado a unos 44 Km. al norte de la capital.
Es un enclave montañoso y sin embargo abierto, con amplias praderas a este y oeste del punto en el que se encuentran sus construcciones, la gran mayoría de ellas hechas en piedra y con esa fortaleza que siempre caracterizó a las antiguas casas, muchas de las cuáles aún perduran a través del tiempo aunque físicamente sólo permanezcan en pie algunos de sus muros como prueba de esa solidez de las cosas bien hechas. 




Hoy, lo que se construye ya no posee aquella antigua arquitectura que la gente de los nuevos tiempos desechó, seguramente porque hoy tampoco existen las mismas necesidades de antaño, cuando la ganadería y la agricultura eran el medio de vida de nuestros ancestros. Por eso, las casas estaban constituidas por distintas construcciones, generalmente alrededor de un corral, que servían para guardar los aperos de labranza, cuadra para el ganado, la vivienda propiamente dicha y el pajar donde se guardaba la hierba recogida en el verano para dar de comer a los animales en invierno. La gran mayoría poseían además un horno que solía ser de adobe, de proporciones suficientes como para cocer a la vez varias hogazas con las que surtir de pan a la familia durante semanas; aquél pan hecho del trigo o centeno de cosecha propia, que en sacos y a lomos del burro se bajaba a moler al molino de Huergas y que convertido en pan, sabía a gloria bendita. (Antiguamente, parece ser que existieron molinos en el pueblo).
Muchas de las casas tenían también pozo de agua propio y eso era una gran ventaja en todos los aspectos. Todavía hoy quedan algunos.
A partir del comienzo en la extracción del carbón de las entrañas de nuestros montes, todo evolucionó más rápidamente y, en mayor o menor medida, en todas las casas se goza hoy de unas comodidades que para nuestros abuelos serían impensables, pues ellos vivieron con aquello imprescindible para la subsistencia: Una cocina donde el suelo solía ser la propia tierra y que a la vez podía servir como cocina de leña para curar la matanza, pues la lumbre se hacía en el suelo y en línea con ella, se colocaban las pregancias colgando del techo para sostener el pote sobre la lumbre y así es como se cocía la comida o cualquier otra cosa que necesitara el calor del fuego. 



También se utilizaban las estrébedes y ya posteriormente, llegaron las estufas de hierro, las cocinas, etc…

Las cubiertas de las casas comenzaron siendo de paja y todavía en los años cincuenta y sesenta, seguían en convivencia con las de teja. 



Estas cubiertas de paja necesitaban, como es natural, de un mantenimiento por parte de gente hábil que supiera hacerlo (había por esos años un techador del Valle Fenar, cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía fama de ser un gran techador. También los canteros de esa zona gozaban de renombre en cuanto a la construcción en piedra).
No puedo por menos de dedicar aquí un recuerdo emocionado a esos antepasados nuestros que, no sólo levantaron sus casas piedra a piedra, sino que también cercaban sus tierras con hermosísimos muros, cuyos restos aún se pueden contemplar en distintos puntos de nuestra geografía; parece mentira que todavía permanezca alguno en pie, considerando además, que el cemento brillaba por su ausencia y era sólo la perfecta simetría en la colocación de la piedra, la que le confería esa solidez. (Hoy todavía y quizá con más ímpetu que en nuestro pasado más reciente, nuestra gente se esfuerza por mantener las paredes de piedra, en la consciencia de disfrutar y a la vez hacer perdurar la belleza a través del tiempo).

Cada familia construía su hogar en el lugar y forma que le era propicio, sin un orden aparente en cuanto al orden general del pueblo y sin embargo el resultado es un pueblo encantador se mire como se mire, teniendo en cuenta que nuestro entorno natural, contribuye sobremanera a que esto sea así, porque esa peña del faedo que tenemos por el sur, esos montes por el norte, con El Pando, cuya historia de trasiego minero, pastoril o de índoles tales como las filas de burros que se formaban para ir al economato de Santa Lucía, antes de que los coches llegaran hasta nuestros lares, justifica sobradamente que el nuestro sea un pueblo de lo más bonito que se pueda ver en toda la montaña central leonesa.