Otoño

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jueves, 8 de marzo de 2012

Página web de Llombera. La mina.

La Fayona de Llombera

LA MINA





EN MEMORIA DE TODOS LOS MINEROS, HOMBRES Y MUJERES, QUE CON SU DEDICACIÓN Y ESFUERZO, FORMARON PARTE ESENCIAL DE ESTA HISTORIA.

En Llombera, como en la mayoría de los pueblos de la comarca, la mina fue nuestro medio de vida compaginándolo también con las tareas agrícolas y ganaderas.
La precaria situación económica que esta comarca vivió en la posguerra, motivó que, el trabajo de sus gentes, se diera con especial dureza: Largas jornadas laborales donde, a menudo, tenían que quedar a doblar (doblar se llamaba a tener que trabajar otras tantas horas, después de haber terminado la jornada normal), escasez de comida en la fardela, deficiente indumentaria y el cansancio acumulado del trayecto hasta la mina (que había que hacer andando) especialmente difícil en invierno, con grandes nevadas y ventiscas. Este trayecto solía hacerse en grupos de tres o cuatro mineros para ir turnándose haciendo senda a través de la nieve y protegiéndose de las torvas y el viento, ayudados de las cachas para poder mantener el equilibrio y alumbrándose con las linternas (antiguamente con candiles); A veces oían aullar a los lobos, incluso en ocasiones, llegaban a verlos.
Si cierro por un momento los ojos, aún puedo percibir con absoluta nitidez el sonido de sus botas remando en la nieve y la algarabía de sus voces aproximándose al pueblo.
Aún guardo en la memoria de mi infancia, el rugir de las navariegas,(sonido que hacen las hayas con el viento, en invierno) y la imagen de mi padre cuando llegaba a casa en el turno de noche con sus ropas empapadas por la nieve, después de la dura jornada.
Recuerdo esa espera sentada en la trébede, al amor de la lumbre, esa especial calidez de hogar que sólo las cocinas de carbón y leña nos pueden dar, con mi cara pegada al cristal de la ventana escudriñando la noche, ese contraste de oscuridad con la blancura de la nieve y el silencio solamente roto por el azote constante de las torvas en la ventana, en mi ventana... del alma...
Ese sentimiento de felicidad plena que sólo la seguridad del hogar y la inocencia de la infancia pueden hacernos sentir... 
Recuerdo con nostalgia a mi padre sentado en el escaño, cansado después del duro día, disfrutando de los pocos momentos familiares que las largas jornadas laborales permitían. La imagen de mi madre ayudándole a quitar las ropas mojadas y las frías botas de goma, con nieve acumulada en ellas. El momento en que mi padre rebuscando en los bolsos de la pelliza, sacaba la fardela con las sobras de la merienda; Esa complicidad compartida con mi hermana para abrir con avidez y nerviosismo la fardela y descubrir lo que “la vieja el monte” nos había dejado; Puedo percibir, a pesar del tiempo, con total claridad, su característico olor, su sabor a mina, aquél pan ennegrecido, manchado ligeramente de carbón, a veces con las letras del papel de periódico que se usaba para envolverlo, pegadas a él, pero que degustábamos como el mejor de los manjares... (El valor de las pequeñas cosas...)
Las largas caminatas hasta la mina exigían madrugar mucho a los mineros, especialmente a los que no vivían en Llombera, éstos solían hacer el trayecto en bicicleta; En invierno, con la llegada de las primeras nieves, estos mineros se quedaban en Llombera de posada.
En casa de la tía Justa, en el barrio arriba, se quedaban ‘Kikines’ y Luis, de Cascantes; En casa de la tía Catalina, en el barrio arriba, se quedaba el tío Benito del Valle Fenar (sirva como anécdota, que en la habitación que compartía con otro posadero, sobresalía en la pared una peña, provocando cierta rebeldía de Benito, que protestaba porque siempre le tocaba a él dormir en ese lado de la cama con los consiguientes cacarolazos (coscorrones) que se daba en la cabeza, contra la peña). 
En casa de la tía Josefa quedaban Salvador y ‘Jandra’, los dos eran gallegos, (aquí no puedo por menos que mencionar el terrible acontecimiento que le sucedió a este último, el cual iba a trabajar el penúltimo día de su estancia en el pueblo, pues al día siguiente se marchaba definitivamente para su tierra y, el destino quiso que ése fuera también el último de su estancia en este mundo... La mina, la traicionera mina, ‘se cobró el tributo’ con él, como con tantos otros que dejaron su vida en las entrañas de la tierra, en un trabajo para el cual se necesitaba y se necesita, lo primero de todo, muchísimo valor).
Se comenzaba a trabajar a edades muy tempranas, hombres-niños que con apenas catorce años cambiaban sus juegos infantiles por la negra realidad de la mina, para aportar sus pequeños ingresos a la penosa economía familiar.
En los años cincuenta, Llombera vio incrementada sensiblemente su población, con gentes de diferentes puntos de nuestra geografía: Gallegos, extremeños, andaluces, zamoranos, etc… Todos con un objetivo común, alejar para siempre de sus vidas el hambre y la miseria, (se cuenta una anécdota, protagonizada por un matrimonio de aquellos: El primer sueldo que el marido ganó en la mina, cuando lo entregó en casa, su mujer no podía creer que tanto dinero les perteneciera y habiéndolo ganado de una manera honrada).
Una mayoría de estas gentes que durante varios años compartieron sus vivencias con nosotros, integrándose en nuestras costumbres, formando parte de nuestras vidas, en los años setenta, cuando su economía fue lo bastante sólida, y oyendo la llamada interior de lo suyo, de nuevo regresaron a su tierra, pero una parte de cada uno de ellos quedará siempre en nuestro corazón...
“Dicen que habitamos físicamente un espacio, pero sentimentalmente habitamos una memoria…”
Sin duda, la figura femenina (madres, esposas, hermanas, etc…) formaba parte esencial del amanecer de cada día... La mujer tenía que levantarse temprano para encender la cocina de carbón y preparar un nutritivo desayuno que solía ser a base de patatas cocidas y sazonadas con pimentón y aceite. También debían tener preparada la ropa de trabajo, tarea difícil debido a la escasez de indumentaria. Esta indumentaria consistía en: Pantalón de mahón o pana, camiseta, camisa, chaqueta de paño o jersey, pelliza, bufanda, madreñas... 
Posteriormente y a partir de los años sesenta aparecieron las primeras botas de goma, los ‘monos’ y los pasamontañas. 
No hay que olvidar que, entonces, no había agua corriente en las casas; En Llombera no llegó hasta el año 1963; En verano se lavaba en los pozos pero en invierno después de soportar la larga espera en el caño con los calderos, había que acarrearla hasta casa, calentarla y poner en remojo los monos (fundas), lavarlos y por último, aclararlos en el pilón del caño, con la consabida friúra, (a veces tenían que quitar el hielo para poder aclarar la ropa); Después de escurrida la ropa, se ponía a secar tendiéndola en el alambre que se tenía encima de la cocina de carbón, el calor del fuego hacía que se secase pronto. 
Había que remendarla y echar piezas a los pantalones, todo ello a la escasa luz de la bombilla y antiguamente la candileja; Esta tarea solía hacerse en domingo, que era el único día de descanso de los mineros; Mi madre siempre recuerda aquellas tardes de domingo remendando la ropa, las prisas por terminar pronto para poder ir al baile en el salón del tío Santiago; Me cuenta que, para aprovechar más el tiempo, después de mudarse con su mejor y quizá único vestido reservado para los días festivos, se ponía una bata encima para no tiznarse con el carbón que, a pesar de estar lavados los monos, seguían desprendiendo y continuaba remendando hasta que oían los primeros sonidos del tambor y la gaita de Urbano y Alejandro, (un día con las prisas, cuando llegó al baile aún llevaba puesto el dedal...).
La mujer también tuvo un papel primordial en esta historia minera: Figura entrañable fue la de escogedora de carbón; Solían ser mujeres que se habían quedado viudas y que durante horas se dedicaban a la monótona y pesada tarea de escoger el carbón en la cinta de escogido del lavadero. 
Una de las actividades que más llama la atención por su vertiente humana es la de cocinera; Se tiene constancia de ello desde 1894 y su principal función era la de calentar el pote de los mineros en un edificio dedicado a tal efecto en el que había unas cocinas enormes; Recibían como sueldo en 1898, 57,75 pesetas al mes, (el trabajador de interior ganaba por aquellas fechas, 3,18 pesetas diarias y el de exterior 2,65).
Existe una anécdota protagonizada por mi abuela María, que paso a narrar:
El capataz, Don Benjamín Calleja, sabía que una de las cocineras, Anastasia, que era de Llombera, tenía un burro y en cierta ocasión se lo pidió para trabajar en una bocamina muy baja en la que no podían entrar las mulas; Convinieron el precio y lo llevaba por las mañanas María, la hija de Anastasia. Acabados los trabajos después de una temporada y para saber cuánto había de pagar, Don Benjamín Calleja preguntó:
“¿Oye María, cuántos días tiene el burro?”
A lo que María contestó: “¡Ay Don Benjamín, yo... días no sé, pero años, muchísimos...!”
Al capataz le hizo tanta gracia que lo iba contando a todos los que se encontraba por la mina.
Otra anécdota con tintes amables, fue la protagonizada por mi bisabuela, la anteriormente mencionada Anastasia y el mismo capataz de la empresa; Éste había echado del trabajo, por una mala conducta, a un hombre que vivía en Llombera; La mujer del obrero, desesperada, acudió a Anastasia para ver si podía mediar en el asunto y convencer a Don Benjamín, para que admitiera otra vez a su marido, pues en casa había muchas bocas que alimentar y la situación no podía ser más precaria.
Mi bisabuela, habló con el capataz y la conversación fue, más o menos de la siguiente manera:
“Don Benjamín, tiene que dejar a ese hombre volver al trabajo, porque en casa son muchos y lo están pasando mal”.
“¡No, Anastasia, no me pida eso, porque lo que me dijo ese hombre es muy grave y no lo puedo perdonar”.
“Pero, Don Benjamín, ¿será más grave que lo que le hicieron a Nuestro Señor? ÉL perdonó a los que lo crucificaron y no va usted a perdonar un insulto?"
Don Benjamín quedó pensativo y, al poco, le contesta:
“Bueno, Anastasia, mandaré que venga mañana”.
Desde aquí un especial reconocimiento a todas estas mujeres, por su fortaleza, capacidad de supervivencia y superación, pese a la dureza de las condiciones de vida, fuera y dentro del hogar. 

La mula fue una figura entrañable en el día a día de los mineros, su compañera de fatigas; Imágenes de la época dejan constancia de este hecho; Cuando uno observa con detenimiento estas fotografías no puede evitar encontrar en ambas miradas “cierta similitud”, la misma expresión de cansancio, resignación, rutina y, a veces, cierta rebeldía ante el sufrimiento y un sentimiento de impotencia, cual melancolía que todo lo envuelve en el tiempo, tiempo de prematura vejez olfateando el peligro, frente a la desafiante oscuridad de la mina. Con frecuencia eran objeto de malos instintos y carencia de afectos, de nuevo vuelvo a encontrar cierta similitud con los hombres con los que compartían largas jornadas de duro trabajo, hombres de carácter amargo y resentimiento hacia una vida quizás no vivida...
El trabajo de las mulas consistía en el arrastre de los vagones del carbón, a los obreros que trabajaban con ellas se les llamaba caballistas, algunos de los que recordaremos son Eduardo Brugos de Llombera, Gaudencio y Ángel Barril de Santa Lucía, Elías Calandro de Brugos...
Los que cuidaban la mulas eran los cuadreros, que vivían con sus familias en las casas que tenía la empresa, con cuadras para las mulas, éstas se alimentaban de cebada, paja y algarrobas. También existía el oficio de guarnicionero, que era el que se encargaba de coser los collarones y las correas de las mulas.
Viene al caso comentar que, en la casa de los cuadreros, los domingos y días festivos se recibía la visita de vecinos de Llombera para escuchar la radio, ya que en aquellos tiempos no había luz en el pueblo y menos aún aparatos de radio; (Por aquél entonces había un programa de cante, muy célebre, llamado “Fiesta en el Aire”).
En el exterior también se trabajaba con las mulas a ‘la bajera el plano’, en Competidora, recordaremos aquí a dos de los hombres que trabajaron con ellas: Segundo y ‘Tante’ Martínez, ambos de Llombera.
En el alto el plano de Competidora, también se trabajó con burros para el arrastre de vagones de la maniobra en el exterior, recordaremos a dos que gozaron de cierta fama, les llamaban“Perico” y “Celedonio”, con ellos trabajaron, Mino y Barela.
Y como punto final a la exposición que hago sobre ‘animalillos’, quiero aportar una nota simpática, mencionando también a aquellos ratones y ratas que fueron asidua compañía de los obreros, sobre todo cuando éstos abrían la fardela (la cual tenían que guardar a buen recaudo para evitar sorpresas...)
La imagen de los mineros, reparando fuerzas y las ratas por allí a ver si caía algo (que casi siempre caía), no deja de tener su punto entrañable... ¡Por cierto, en Llombera nunca se oyó, que yo sepa, que algún animal de éstos hubiera mordido a alguien, no deja de ser curioso...!
Otras minas y “chamizos”
El oro:
Se encontraba en La Llana ‘el Prao’, término de Orzonaga y propiedad de Amilivia; En ella trabajaron: Concha de Celis, Emilio González, ‘Kiko’ Martínez, Urbano Gutiérrez, ‘Ute’ Gutiérrez, Daniel Gutiérrez, Aureliano Gutiérrez, Modesto Coque, Eligio Coque, Hilario Rodríguez, Adolfo Rodríguez, Cipriano García, Pedro Brocal y José Brugos. 
Las de Tascón:
Se encontraban cerca de Arcisanas y en ellas trabajaron: Germán Gutiérrez y Juan Antonio Gutiérrez.
La María:
Se encontraba en el Valle de Orzonaga que sube a La Llana ‘el Prao’ y en ella trabajaron: Aquilino (de vigilante), Cándido García, Adolfo Rodríguez, Gabriel Rodríguez y Florimido Diez.
Las de ‘Mantecón’:
Situada a ‘la bajera’ La Cándana, término de Llombera, en ella trabajaron: Basilio García y Abel Gutiérrez.
La Conchita:
Situada en El Río, término de Llombera, fue propiedad de ‘Oricheta’. En ella trabajaron: Aurelio Gutiérrez, Laudelino Gutiérrez, y ‘Chon’ Rodríguez en el exterior.
Las de ‘Manolón’:
Situadas cerca de Fuentecebras, pero en término de Orzonaga. En ella trabajó Juan Antonio.
El Canalejón:
Se encontraba hacia la mitad del Canalejón y era propiedad de Villa; En esta mina existió una línea de baldes, que salía de la mitad de Las Solanas ‘de acá’, a ‘la bajera’ del Canalejón y allí se basculaban los baldes en una tolva y se cargaban los camiones que, posteriormente, bajaban por el arroyo de Vega Fonda, hasta La Robla. En ella trabajaron: Abel Gutiérrez, Amador Gutiérrez, Esteban Blanco, ‘Pepe’ Blanco, Ezequiel García, Alejandro García y ‘el tío Pacho’.
La Mata el Corzo:
Esta mina también utilizó el sistema de baldes para bajar el carbón desde allí, por el arroyo de Samés, hasta la carretera, donde lo basculaban para el consiguiente transporte en los camiones.
La Gamonera:
Se encontraba en Arcisanas, término de Llombera y era propiedad de Eduardo del Valle.
En ella trabajaron: Luis Modino, Luis Gutiérrez, ‘Flori’ Diez, ‘Goyo’ Martínez, Miguel Martínez, ‘Manolo’ González, ‘Quico’ El Rubio, Nicanor Modino, los dos Urbanos, Emilio González, Tomás, ‘Quico’ y Carmen Gutiérrez (en el exterior, escogiendo el carbón).
El Arbejal:
Se encontraba en Carresalguera y en ella estaba como contratista el tío Santiago y Aquilino, de Llombera. 
Zona de Tabliza:
En esta zona había varios “chamizos” propiedad de Villa, también se utilizaban líneas de baldes que transportaban el carbón desde Tabliza hasta la tensora de Alcedo, mediante un tendido de cable y postes de madera que cruzaban el pueblo de Llombera, por el aire;
Cerca de La Fayona había una caseta donde trabajaba el tío Merino para observar si había alguna avería en la línea de baldes, desde donde avisaba al otro puesto de vigilancia más cercano, gritando con la ya célebre frase:
“¡Avería en Tambaaa...!”
Las Destrozas:
En el alto ‘El Prao la Collá’, en Barreros Negros, explotaban destrozas (explotaciones que se hacían a mano, apartando la tierra con palas y picos para extraer el carbón); Los carreteros, con carros tirados por vacas, bajaban hasta el alto el plano de Competidora, basculaban en la tolva, donde el carbón lo llevaba una máquina de vapor que arrastraba los vagones a la cabeza el plano de Pastora, de allí bajaba por el plano al grupo de Santa Lucía a Las Cribas, de aquí otra máquina lo llevaba al plano, a fábrica de Santa Lucía y de aquí un tren hasta su destino.
En todas ellas se utilizaba el candil de carburo. En la Hullera Vasco-Leonesa se utilizaban lámparas de gasolina.
Todos estos chamizos o minas, posteriormente pasaron a ser propiedad de la sociedad Hullera Vasco-Leonesa.

Ecológicamente Llombera, junto a Santa Lucía, Ciñera y Matallana, es uno de los pueblos más afectados por la minería, aunque sin duda, el mayor impacto ambiental llegó a principios de los 80 con las explotaciones a cielo abierto. 
Nuestras gentes aún guardan en la memoria y así será para siempre, la multitud de tierras de labor, heredadas de nuestros antepasados, que (con un arduo trabajo, eso sí) nos dieron sus preciados frutos, y esos campos y montes de incomparable belleza como, entre otros muchos, Carresalguera y su entorno, o la enorme y hermosísima pradera de Collalampa, donde tantos gamones recogimos para alimento de los animales y disfrute de cuantos hicimos el camino hasta allí, o la fuente y el hayedo de Valdejabe, donde sus centenarias hayas a los lados del camino, entrelazando sus ramas, nos regalaban generosas su sombra, a lo largo del sendero hacia Samés... 
Dicen que debemos un respeto a nuestros mayores... Fueron abatidas en nombre del progreso…
Nadie les preguntó su edad... Quedaron sepultadas bajo toneladas de tierra, escombreras hoy “restauradas” como viejas heridas que nunca acaban de cicatrizar 
…Las cosas que deberían haber pasado son las que nunca acaban de pasar... 

Desde aquí, me gustaría hacer un llamamiento a todas las gentes cuyas raíces están en Llombera, también a todos los recién llegados, que nuestra causa común sea el amor y la conservación del legado más valioso que nuestros mayores nos dejaron: el entorno natural que nos rodea, sus montañas, valles y hayedos... Ese regalo inexpugnable que es la vida sobre la tierra. De nuestras acciones dependerá su continuidad.
Que la pureza del aire que respiramos inunde nuestras almas en un mensaje común; que esta herencia que recibimos, sepamos transmitirla intacta a nuestras futuras generaciones.